El poeta, el escritor Jorge Luis Borges siempre se sintió atraído por las formas más populares de la cultura argentina. Él decía que experimentaba ser “expresado, confesado en el tango”. Por esta razón inicia un apasionante recorrido con la idea de desentrañar la naturaleza de Buenos Aires, una ciudad que había redescubierto a la vuelta de su estancia en Europa.
Estas ansias se pusieron de manifiesto en su creación ensayística, en su prosa tanto narrativa como poética. Así podemos encontrar atisbos de sus inquietudes en Inquisiciones (1925), en los escritos “Después de las imágenes” y “Buenos Aires”; en El tamaño de mi esperanza (1926) lo son “Carriego y el sentido del arrabal”, “La pampa y el suburbio son dioses”, “Las coplas acriolladas” e “Invectiva contra el arrabalero”.
En una de las obras que yo considero significativa: El idioma de los argentinos (1928), se hallan “Ascendencias del tango”, “Apunte férvido sobre las tres vidas de la milonga” y ambos capítulos de “Dos esquinas”: “Sentirse en muerte” y “Hombres pelearon” —éste último, es un anticipo de “Hombre de la esquina rosada”. Un cuento emblemático que exalta “el coraje”, un tema recurrente en su obra de aquellos años mozos.
“Me he ocupado alguna vez de la topografía del tango y he notado, sin mayor sorpresa, que cada uno lo llevaba a su barrio, cada uno creía que en su barrio había surgido el tango; lo cual es una prueba del amor de la gente, del amor que le sentimos”. Estas palabras vertidas en alguna de sus obras reflejan el sentir del autor frente al alma de la canción porteña.
El origen del tango es un origen híbrido. Y diría Borges:
“Y el tango sale, no del pueblo, no de la aristocracia, sino del ambiente mixto, creo yo, de ciertas casas “no santas”, y creo que esto puede probarse por los instrumentos. Si el tango hubiera surgido del pueblo, su instrumento hubiera sido la guitarra… en cambio sabemos que los primeros instrumentos del tango fueron el piano, la flauta y el violín, al que se le agregaría después el bandoneón. Y nada de esto tiene que ver con el pueblo. Todo esto ya presupone ese ambiente en el que se codeaban el rufián y el niño bien, calavera.
Y recuerdo aquellos primeros tangos sin letra o con letra obscena, y recuerdo también haber visto bailar (en la esquina de Serrano y de Guatemala) haber visto bailar el tango al compás del organito por parejas de hombres, de hombres porque las mujeres no querían participar en un baile cuyo origen conocían. Y recuerdo aquella sentencia acuñada por Lugones: “El tango, ese reptil de lupanar”. Quiero admirar la precisión de la palabra “reptil” en que están las quebradas y los cortes, lo sinuoso del baile”
Es muy probable que el tango se hubiera quedado en esto ––un ritmo marginal de gentes de los arrabales–– de no ser por su circunstancial llegada a París.
Contra lo que suele pensarse, el tango llega a París mucho antes que Gardel. Algunas fuentes sostienen que llega en 1905 a través de los marineros de la fragata Sarmiento. En todo caso, dos años después ya andaba circulando por París, e incluso por Madrid, con algún danzante argentino más o menos destacado.
El éxito en la capital francesa es vertiginoso, pero es que en el París de aquellos años, prácticamente todo triunfa, todo se pone de moda de la noche a la mañana, porque París es la capital del mundo y su disposición a apropiarse de todo es bastante similar a la que en nuestros tiempo tiene Hollywood. Es significativo que en 1913 la Academia de Medicina de Francia recomiende el tango “sobre todas las otras [danzas] creadas en los últimos años”, porque “tiene la ventaja de hacer trabajar más los brazos, forzando las flexiones y las extensiones…”.
Como es natural la religión se muestra en contra de este baile pecaminoso y de historia turbia. Pero D’Annunzio, los Rotschild, los Romanov y restantes protagonistas de la prensa del corazón de la época se rindieron a la belleza de la excitante nueva danza. Danza porque a los tangos se les empezó a poner letra mucho después y tardó en adquirir verdadera importancia.
Aunque el tango era moda en París, muchos argentinos se resistían, a pesar de ello, el tango triunfó. Con su aceptación en la Argentina, el tango dejó de tener este tinte prostibulario y se “adecentó” para la escucha de las clases acomodadas. Estas se permitían escucharlo sólo si los músicos vestían ropa de gala y además se les imputó otras reglas como no tomar alcohol, ni hablar con las mujeres durante su concierto.
El tango llega al Japón de la mano de la nobleza
En 1920 para someterse a una operación quirúrgica llega a París el barón Tsunayoshi «Tsunami» Megata. Este noble nacido en Japón en 1896, era hijo de un diplomático japonés y nieto del samurai Kaishu Katsu, el primer guerrero noble que viajó a Estados Unidos. Megata residió en París hasta el año 1926. Durante su estadía en «la Ciudad Luz» aprendió a bailar el tango en el cabaret «El Garrón», en el que actuaba la orquesta de Manuel Pizarro, llegando a ser un eximio bailarín.
Y tras estos vaivenes, el tango llegó a Japón desde París. A su regreso a la tierra del sol naciente, Megata llevó grabaciones de tango por «Le Véritable Orchestre Argentin Tano Genaro» (dirigida por Genaro Espósito), por la «Orchestre Argentin Manuel Pizarro», por la de Bianco-Bachicha (Eduardo Bianco -Juan Bautista Deambroglio) y por varias orquestas francesas. Como las etiquetas de los discos estaban escritas en francés, en Japón creyeron al principio que el tango había nacido en Francia.
De vuelta en Tokyo, el barón Megata instaló una academia de baile gratuita, allí enseñó a bailar nuestra música a la aristocracia japonesa. También publicó Un Método para Bailar el Tango Argentino.
La popularidad que tiene actualmente el tango en Japón se debió también a que durante la II Guerra Mundial se había prohibido la difusión de la música de jazz. A fines de la década del 30 y principios de la del 40, Noriko Awaya y otros cantantes difundieron el tango al estilo japonés. En ese período se constituyeron varias orquestas de tango y en los años 50 actuaban más de 20 conjuntos, siendo el más conocido la «Orchesta Tipica Tokyo» dirigida por Shimpei Hayakawa.
Un sentido homenaje a lo tanguero
En el año 1980 Japón festejó los cien años del tango.
En 1981, Luis Alfredo Alposta* –quien fue el primero que dio a conocer el nombre de Megata y su obra de pionero y difusor del tango en Japón-, escribió la letra del tango A lo Megata, a la que Edmundo Rivero le puso música. Rivero lo grabó en 1983 con el acompañamiento de la orquesta de Leopoldo Federico en la que actuaba el bandoneonista Yoshinori Yoneyama.
Ese tango fue ejecutado por primera vez en Japón el 29 de mayo de 1982 en el 14° aniversario del fallecimiento del barón Megata. Dicen sus versos:
El barón Megata, en el año veinte,
se tomaba el buque con rumbo a París,
y allí, entre los tangos y el «dolce far niente»,
el japonesito se hizo bailarín.
Flaco y bien plantado. Pinta milonguera.
De empilche a lo duque, aun siendo barón.
Bailó con Pizarro, y una primavera
empacó los discos y volvió a Japón.
Y así llevó el tango a tierra nipona,
donde gratarola lo enseñó a bailar.
Cuentan que Megata no cobraba un mango,
por amor al tango y por ser bacán.
No sólo enseñaba cortes y quebradas,
también daba clases de hombría de bien;
junaba de noches y de madrugadas,
piloteaba aviones y más de un beguén.
Y tal vez ahora, que está aquí presente,
mientras una Sony nos pasa «Chiqué»,
alguien, allá en Tokio, elegantemente,
baile a lo Megata sin saber quién fue.