“Un pájaro solitario posado en una rama seca, en donde no se desperdicia ni un trazo ni una sombra, es suficiente para mostrarnos la soledad del otoño, cuando los días se vuelven más cortos, y la naturaleza empieza a replegar una vez más el maravilloso muestrario de su exuberante estación estival.”[1]
Daisetz T. Suzuki, el maestro que promovió la filosofía del budismo Zen en Occidente, dice: “Wabi significa realmente «pobreza» o, expresado en una frase negativa, «no estar de moda en la sociedad». Ser pobre, es decir, no depender de cosas mundanas —riqueza, poder, fama—, y, a pesar de eso, sentir interiormente la presencia de algo del más alto valor, por encima del tiempo y la posición social, eso es lo que esencialmente constituye Wabi”.[2]
Hirayama san es un hombre que vive en lo que podría haber sido en tiempos de la época de Showa una fábrica o un depósito subdividido en habitaciones con cocinas minúsculas. Su morada y sus pertenencias son Hirayama san sin que sobre o falte nada; honesto[3], sin florituras. En la habitación de un tatami sin motas de polvo atesora: libros, un pasacasete, una lámpara, una cómoda, un invernadero de brotes de árboles, un futòn, su vacío, su existencia. Los lomos de los libros, prolijamente dispuestos, brillan con el sol que entra por la ventana de celosía oxidada. Uno que lee por las noches de Kōda Aya “Árbol” nutre sus raíces de agua, minerales y energía solar para que su arce interior crezca saludable. El pasacasete que seguramente compró en sus años de juventud y que todavía conserva, lo enciende los fines de semana para escuchar “Perfect Day” de Lou Reed. La lámpara alumbra las páginas amarillas de esos libros de segunda mano de la tienda amiga. La cómoda guarda una remera gris, unos pantalones tè con leche, una camisa del color del tronco del árbol al que le saca fotografías en el horario del almuerzo. El mameluco azul, impecable, que brilla como los baños que limpia y lustra todos los días, colgado en una percha de la pared, al lado de la escoba. El invernadero, los brotes de árboles que crecen no solo en la habitación sino en su interior, le muestran que lo días no son iguales, sino que son únicos y que cada uno de ellos esconde sorpresas como la de encontrarse un Ta-Te-Tì en un recoveco de uno de los baños al que le rinde culto a través de la limpieza.
Detrás de la morada de Hirayama san, se erige como símbolo de la modernidad el “Skytree” que se destaca de noche por sus luces y que contrasta con la vida de este monje budista donde las rutinas diarias parecen transformarse en hábitos que tienen el objeto de alcanzar la perfección o son una forma de meditar, de limpiar y de limpiarse. Quizás, cada día va construyendo su camino: Dō「道」
El Wabi, no solo está presente en el lugar donde habita, sino también en su vida diaria, en sus actos, en la forma en que se relaciona con los demás, en lo que expresa con palabras, con gestos y con el silencio, en la naturaleza. Hirayama san y su mundo es Wabi.
El maestro Suzuki muestra el Sabi, la soledad, con un poema:
“A los que anhelan
Ver flores de cerezo,
¡Cómo quisiera mostrar
Esta mancha de verde
En la aldea vestida de nieve!”[4]
Cuenta que estas palabras poéticas expresan el impulso vital en medio de la desolación invernal.
“La soledad invita a la contemplación y no se presta a ostentaciones espectaculares. Puede parecer miserable, insignificante, digna de compasión, especialmente si es contrastada con un ambiente moderno u occidental. Quedarse solo, sin banderitas ondeando al viento, sin el estrépito de fuegos artificiales, sin el espectacular despliegue de formas infinitamente variadas y de colores que cambian sin cesar, significa indudablemente renunciar a todo halago a la vista”. [5]
La soledad de Hirayama san se alimenta y se completa de los gestos, las palabras y las expresiones de todo lo que lo rodea: personas, la ciudad con los lugares que transita y visita y la naturaleza. Su mundo es Sabi, es amplio porque incluye lo que no se ve, lo invisible y sus sombras.
Su silencio, su soledad y sus sombras habitan en el Komorebi 「木漏れ日」(los rayos de sol que se filtran entre las ramas de los árboles).
El universo de Hirayama san es Wabi-Sabi
[1] Daisetz T. Suzuki, “El ZEN y la cultura japonesa”, traducción y notas Carlos Rubio, Primera Edición julio 2020, Satori Ediciones.
[2] Ídem.
[3] Según la Real Academia Española (RAE), honesto, ta: 1. adj.: Decente o decoroso; 2. adj.: recatado, pudoroso; 3. adj.: Razonable, justo; 4. adj.: Probo, recto, honrado.
[4] Fujiwara Ietaka o Karyu (1158-1237), en Daisetz T. Suzuki, “El ZEN y la cultura japonesa”, traducción y notas Carlos Rubio, Primera Edición julio 2020, Satori Ediciones.
[5] Daisetz T. Suzuki, “El ZEN y la cultura japonesa”, traducción y notas Carlos Rubio, Primera Edición julio 2020, Satori Ediciones.
Nota: María Florencia Zaia
PH: Capturas de fotogramas de la película
«Perfect Days» de Wim Wenders.
María Florencia Zaia: Nació en Luján, pcia. de Buenos Aires en 1976. Es Licenciada en Relaciones Internacionales. En sus comienzos (2006), se vinculó con Japón por trabajo y estudio. Colaboró con el diario “La Plata Hochi”. Estudió japonés por muchos años en el Instituto Privado Argentino-Japonés Nichia Gakuin. Siempre tuvo interés por la cultura japonesa y sus valores virtuosos (Bushido). Gusta de su literatura, algunos de sus autores predilectos son Natsume Soseki y Yoko Ogawa.