La cuestión identitaria ha sido para Japón, en mayor o en menor medida, una forma de autoafirmación nacional. Un retrato esencialista que buscaba guiarlo moral y estéticamente bajo una narrativa homogénea de cara a occidente. Siendo un discurso que se halla en el término “nihonjinron” (日本人論), y que describe de manera revalidatoria una unicidad supuestamente propia de aquello que significa ser japonés.
Es preciso, entonces, desentrañar un poco la conceptualización que se esconde detrás de esta mirada a través de autores como Yoshio Sugimoto. Para él, que se plantee la idea de una “naturaleza japonesa”, para plasmar y sostener que los japoneses son cultural y socialmente únicos, significa ocultar las diversidades internas que tiene Japón y su propia historicidad. De hecho, entre sus cuatro supuestos subyacentes al nihonjinron, menciona que los atributos culturales que comparten los japoneses han existido históricamente de manera continua y sin variaciones. Esto nos plantea dos dudas tajantes: ¿Desde qué postura Japón interpreta su propia historia? ¿Y cuáles narrativas conforman aquello que, para la subcultura central que dispersa el nihonjinron en la sociedad, es lo culturalmente aceptable como esencia japonesa? Si vamos de lleno a esta subcultura, centro del capital ideológico de Japón, hablamos de empresarios, estudiantes de universidades costosas, etc. Y nos encontramos con un sector que domina las altas esferas de la sociedad, desde las que influencia los programas educativos, los medios de comunicación y los ámbitos editoriales o publicitarios. La historia que busca contar, de este modo, se compone de valores propios del espíritu samurái, la fortaleza de los kamikazes y el alma de la raza Yamato.
Pero ¿Qué sucede cuando revolvemos un poco en la edad antigua? Más concretamente en el período Yayoi ¿Qué hay de Japón aún antes del relato de Japón y del clan Yamato? Y aún más importante ¿Cuánto se sostiene este imaginario esencialista frente a otras lecturas sobre figuras como la reina chamana Himiko? En ese sentido, hubo un director llamado Masahiro Shinoda que se preguntó esto, quizá no en estos términos, pero que en su ejercicio por retratar la historia con una mirada crítica encontró un devenir que atraviesa a Japón y a su visión hacia occidente por igual.

Exponente de la que fuera la nūberu bāgu japonesa y de su mirada social y política cuestionadora, junto a otros directores como Nagisa Oshima o Yoshishige Yoshida, Shinoda creó una imaginería poética y sensual que aún a día de hoy sigue perdurando en el inconsciente colectivo de la historia del cine japonés. Es dentro de ese legado que encontramos una obra como Himiko, de 1974, una película que retrata la historia de la líder del supuesto reino de Yamatai, y cómo lo gobernaba siendo mensajera del dios sol.
Siguiendo desde este punto, para tener una lectura más amplia del contexto histórico de la película debemos posicionarnos, como mencionamos antes, en el período Yayoi. El mismo abarca del 300 a. C. al 300 d. C, aproximadamente, y debe su nombre al lugar donde fueran encontradas las primeras cerámicas de esta época en Tokio. En este período, Himiko fue una figura mencionada en el texto chino conocido como Gishi Wajin-den, donde se describe lo que parecería ser un protoestado conocido como Yamatai en el país de Wa (Japón), y cómo ella tenía control sobre este y dejaba los asuntos estatales en manos de su hermano menor. Por otro lado, teniendo en cuenta que la escritura aún no estaba desarrollada en el país, la forma de constatar la veracidad de la existencia de una regente espiritual así es complicado. Muchos asocian su figura a la de la Emperatriz Consorte Jingu, quien fue regente en un período similar según el Kojiki y el Nihonshoki (los cuales, como libros antiguos, tampoco representaban fuentes fidedignas para aseverar historicidad, ya que buscaban legitimar el poder imperial mediante mitos fundacionales).

La cinta, entonces, nos presenta el reinado de Himiko, sus visiones y su vinculación con el dios sol. Pero Shinoda no se detiene en la superficie, y busca desmitificar a esta figura como un individuo con sus propias pasiones, decisiones y miserias. Esto nos retrotrae, de algún modo, al desasosiego identitario que propone Takeo Funabiki sobre Japón en relación al nihonjinron. Según él, bajo este discurso esencialista, se busca eliminar la diversidad en pos de una identidad única, un “nosotros” que sobresale colectivamente. Sin embargo, la Himiko de Shinoda es humana, no responde a una identidad milenaria, sino que es presentada como un personaje maleable y con un gran poder propio, pero subjetivo. Para Funabiki, la reafirmación nacional en lo homogéneo sólo responde a disrupción identitaria de Japón mismo de cara a occidente, un intento por cumplir expectativas que nunca acaban llenándose. Dentro del metraje, la reina chamana está sujeta a la decisión de otros hombres, que cuando ven que su condición de pureza se pierde (cuando Himiko se enamora y castiga una infidelidad) deciden que es hora de reemplazarla, ya que su conexión espiritual había dejado de existir. De algún modo Shinoda nos habla del Japón antiguo, pero también de la modernidad del país, donde los valores se sostienen por discursos esparcidos por hombres con poder, y lo que contradiga el nihonjinron debe ser repelido. Y yendo más allá, un país en el que se ejerce un culto a la pureza, o bien a conceptos como Yamato Nadeshiko, que detallan cómo debe ser la mujer japonesa. En este punto, también, podemos notar cómo se busca que Himiko encaje en lo que funciona colectivamente para sostener el equilibrio social, algo que refleja de cerca a la modernidad japonesa: el individuo se debe alienar para pertenecer.

Al final, la cámara se aleja de un personaje expresando el dolor por la muerte de Himiko y vemos cómo un helicóptero sobrevuela el Japón moderno. A lo largo de toda la película, el color vinculado a los cultos animistas y la teatralidad tradicional se hicieron presentes en los vestuarios, las tomas y la arquitectura. Dándonos a entender, de algún modo, que esta época es igual a la antigua, Shinoda contrapone el color con el gris moderno occidentalizado ¿Es el Japón tradicional así de colorido, vivo y expresivo o sólo es una mirada que buscamos creer para justificar el Japón moderno? Después de todo, los vínculos y las jerarquías no han cambiado esencialmente, y lo que creemos que es lo correcto en verdad puede ser una búsqueda más compleja de la propia identidad de Japón.
Quizás, algo en lo que alguna otra ocasión podremos ahondar.
Por Fran Parisi
Imágenes: Pinterest, Reddit, OnCriterion, La Vanguardia
Sobre Fran Parisi
Nacido en 1997. Actualmente se encuentra estudiando la Tecnicatura Superior en Lengua y Cultura Japonesa en el Instituto Nichia Gakuin. Amante del cine asiático, y en particular del cine japonés, al cuál se acercó mediante las películas de Naomi Kawase y Yasujirō Ozu. Su interés por Japón nace desde pequeño gracias al anime y el manga, lo que sumado a su gusto por la lectura y escritura lo llevaron a querer escribir sobre ello. Algunos de sus directores japoneses preferidos son Kinuyo Tanaka, Hiroshi Shimizu y Naoko Ogigami.
Referencias:
Sugimoto, Yoshio. Una introducción a la sociedad japonesa. Traducción de Carlos Sardiña y Yolanda Fontal, Edicions Bellaterra, 2016.
Funabiki, Takeo. “El desasosiego identitario japonés: razones históricas del nihonjinron.” Antropología de Japón: identidad, discurso y representación, editado por Blai Guarné, Edicions Bellaterra, 2018.