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Poesía y naturaleza en A Scene at the Sea – Una conexión entre waka, silencio y mar

El vínculo entre la naturaleza y Japón es algo que asumimos por inercia, casi como si fuera un rasgo inamovible de su identidad nacional. Así es cómo consumimos su cultura, entre dioses y festividades, las mismas que acarician un sentido poético encapsulado a través de waka y literatura clásica, arraigado en una estética dócil sintoísta y budista que decora nuestros corazones con una calidez ancestral. Pero ¿Cómo un archipiélago, azotado por las inclemencias climáticas, un terreno hostil y diversas fallas terrestres, puede canalizar una idea tan armoniosa de lo natural para sí mismo y para el mundo exterior?

En su ensayo “Poesía y naturaleza en Japón” el profesor Haruo Shirane reflexiona sobre esta contradicción mediante el rol trascendental que tuvo la poesía y literatura clásica del Período Heian (794-1185) a la hora de construir una idea de aquello que simbolizaba lo natural como sinónimo de lo estético y de lo bello, y sobre todo de las emociones y las estaciones. Para Shirane la idea aristocrática de lo natural, que se impuso, contemplaba un mundo reducido a jardines y representaciones pictóricas, y no al mundo exterior real. De este modo, se creó lo que él llama una “naturaleza secundaria”, una que llegaba a una representación mucho más amena y poética, contraria a la naturaleza primaria que azotaba a Japón, que muchas veces era salvaje y dura.

Tal vez, esta influencia idealizada y romántica de lo natural hizo mella en el inconsciente nacional de Japón a través de la legitimación imperial impulsada por el Kokinshū (una antología de poesía waka), que incluso en sus primeros seis volúmenes incluía poemas sobre las estaciones. Así, el vínculo entre waka y naturaleza era innegable, de hecho, waka (和歌) era en el significado de sus caracteres “la poesía de Yamato”, o en otras palabras: la poesía de Japón. De hecho, posteriormente, el carácter de “wa” adquirió el significado de “armonioso”, ampliando aún más esta unión nacional y apacible. Dice Shirane: “Como consecuencia, el waka pasó a ser considerado el estilo de un país armonioso en todo aspecto. El énfasis no caía, entonces, en lo que la naturaleza era, sino en lo que debía ser.”

Podríamos decir, también, que el corazón del Período Heian sobrevive hasta nuestros tiempos en un lirismo fácilmente trasladable a lo audiovisual. El cine japonés se vuelve muchas veces un espejo del waka y de sus temáticas, y lugares como el mar abren las puertas a “otros mundos”, sitios que son fuente simbólica de grandes poderes y tesoros. Esto lo vemos en cintas como A Scene at the Sea (あの夏、いちばん静かな海。) de Takeshi Kitano del año 1991, donde el mar se vuelve un espacio ritual y de crecimiento personal, uniendo al protagonista con una sociedad que antes lo relegaba. La historia sigue a Shigeru, un recolector de basura sordomudo que encuentra una tabla de surf rota y que decide reparar para comenzar a practicar este deporte. Pronto su mundo pasará sólo a través de esta búsqueda de sentido que encuentra en el surf y en el mar, acompañado por su novia también sordomuda y diversos locales que lo irán apoyando. 

Entre silencio, contemplación y humanidad, Kitano construye una historia repleta de una belleza tierna y sutil. Casi sin diálogos, el universo poético de la película descansa en la expresividad de la naturaleza, que se encuentra tamizada, como plantea Shirane, bajo la mirada humana. Aquí el mar es un espacio de meditación, haciendo del agua un punto de partida para crecer y autodescubrirse (del mismo modo que hiciera Shinji Sōmai en Moving de 1993, con el crecimiento adolescente de su protagonista).

Shigeru inicialmente es burlado y apartado por su condición, pero logra una conexión consigo mismo y con la comunidad a través del mar y del surf, siendo valorado por su gran esfuerzo por mejorar o su “ganbaru” implacable. Esta tensión entre comunidad e individualismo dialoga directamente con la cultura japonesa, que aparta a quienes son percibidos “diferentes” por la idea del “wa” o armonía grupal (volvemos al concepto de armonía) pero al mismo tiempo valora la perseverancia del individuo (ganbaru).

Así, quienes son marginados encuentran belleza en lo cotidiano, atrapando una felicidad efímera por un final incierto, pero que contiene una sensación de valorización del tiempo compartido y de las enseñanzas de este entorno. Kitano, si bien en su búsqueda de lo estético abraza esa naturaleza secundaria, al final rompe ese prisma idealizado y nos deja ver un mar voluble y realista. Logrando que esta dualidad entre lo bello y lo amenazante abrace a estos personajes y los llene de algún modo. Quizás siendo un equilibrio necesario que Japón precise encontrar para seguir hallándose a sí mismo. Una belleza dolorosa, como un waka leído con ojos repletos de verdad.

Por Fran Parisi
Imágenes: Mubi, IMDb


Sobre Fran Parisi                                                             

Nacido en 1997. Actualmente se encuentra estudiando la Tecnicatura Superior en Lengua y Cultura Japonesa en el Instituto Nichia Gakuin. Amante del cine asiático, y en particular del cine japonés, al cuál se acercó mediante las películas de Naomi Kawase y Yasujirō Ozu. Su interés por Japón nace desde pequeño gracias al anime y el manga, lo que sumado a su gusto por la lectura y escritura lo llevaron a querer escribir sobre ello. Algunos de sus directores japoneses preferidos son Kinuyo Tanaka, Hiroshi Shimizu y Naoko Ogigami.

Referencias

Shirane, H. (2018). Poesía y naturaleza en Japón. En P. Hoyos Hattori & A. Stilerman (Eds.), El archipiélago. Ensayos para una historia cultural de Japón (pp. 21-45). Lomo Libros.

Acerca de victoria nakazato


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