Pueden acercarse, no tengan miedo.
El fuego es anciano, pero nos mantendrá calientes y despiertos por un rato. Es una noche ventosa, ideal para un cuento. No tengan miedo, se los repito; los espíritus del bosque están de nuestro lado. ¿Pueden escuchar al viento rugir? ¿Ven las hojas de los árboles caer marchitas gracias a la estación? La luz de la luna nos envuelve; nos vamos de viaje al templo de Akama. Espero que estén cómodos, sólo me falta afinar la biwa.
Y como toda buena historia, necesito de tres palabras mágicas para comenzar:
Había una vez…
Un músico ciego llamado Hoichi que a pesar de su talento era muy pobre. Una noche, mientras tocaba su biwa en la entrada del templo donde era acogido, fue visitado por un extraño samurai. El hombre le informó que su señor ansiaba oír su música. Sin encontrar escapatoria a semejante pedido, se vio obligado a cumplir los deseos del samurai.
Luego de ser conducido hasta la casa del poderoso noble, Hoichi interpretó «Los cuentos de Heike», tal como le había sido requerido. Su presentación fue tan extraordinaria que todos los presentes lo ovacionaron sin poder contener las lágrimas.
A la noche siguiente, Hoichi fue nuevamente solicitado para continuar con sus interpretaciones. El requerimiento fue sucedido cada vez que el sol descendía. El músico viajaba hasta la zona alejada donde se ubicaba la morada del noble y tocaba.Sin embargo, el sacerdote del templo donde vivía Hoichi descubrió su ausencia y le pidió a dos de sus sirvientes que lo encontraran.
En la siguiente noche, cuando los sirvientes del sacerdote vieron a Hoichi salir del templo lo siguieron sin que se diera cuenta. Para su sorpresa, vieron al músico tocando su instrumento extasiado en el medio del cementerio, delante de la tumba del emperador Antoku; mientras los fuegos espectrales que habitaban en la zona revoloteaban por todo el perímetro. Hoichi había sido embrujado.
Sin perder el tiempo, los sirvientes llevaron a Hoichi hasta el templo. Al enterarse, el sacerdote juró salvar a su amigo de futuros conjuros. Pintó el cuerpo de Hoichi con un “Sutra” (texto budista dado por Buda o por alguno de sus discípulos más cercanos) para protegerlo.
Cuando el samurai volvió para pedir los servicios del músico no pudo verlo, ya que Hoichi se encontraba protegido por el “Sutra”; sólo había podido oírlo. Sin embargo, el sacerdote había olvidado pintar sus orejas. El samurai, al detectarlas “flotar” en la sala, tomó su katana y las arrebató de la cabeza de Hoichi para llevárselas a su amo.
Cuando el sacerdote retornó al templo, se dio cuenta del terrible error que había cometido al no pintar las orejas de su amigo. A pesar de sus heridas pudo recuperarse. Y ya liberado del maleficio, y ya sin ser la presa de espectros, Hoichi se convirtió en uno de los músicos más reconocidos de Japón.
Acá termina el relato. Hemos pasado una velada encantadora, rodeados de oscuridad pero de buenos presagios. El fuego ya casi se extingue y nos avisa que el sol sale para cuidarnos. Sólo resta pedirles que me acompañen en alguna otra noche, cuando las historias sean dueñas de nuestra atención.
Versión de Cristián Damnotti de la historia «Mimi nashi Hoichi» («Hoichi, el sin orejas»), uno de los cuentos extraños o «kaidan» de tradición japonesa que fueron recopilados por Lafcadio Hearn (1850 – 1904) en su libro Kwaidan. Hearn fue periodista, traductor, orientalista y escritor grecoirlandés que publicó 12 libros (más 2 póstumos) sobre distintos aspectos de la cultura, sociedad, religión, y en particular de los relatos misteriosos que son parte de la tradición japonesa. Sobre Kwaidan, Hearn explica en el prefacio que «muchos de estos kaidan fueron tomados de antiguos libros japoneses como «Yaso kidan», «Bukkyo hyakka zensho», «Kokon chomonshu», «Tama sudare», y «Hyaku monogatari», pero otros le fueron contados a él o son fruto de sus propias extrañas experiencias del tiempo que vivió en Japón (1890 – 1904).