Se convirtió en el primer autor japonés en ganar el Premio Nobel de Literatura en 1968 y en uno de los narradores más importantes de su generación.
Nacido el 14 de junio de 1899 en la ciudad de Osaka, su infancia estuvo marcada por la trágica muerte de sus parientes más cercanos.
Con sus primeras cuatro novela —La bailarina de Izu (1927), La pandilla de Asakusa (1930), Sobre pájaros y animales (1933) y País de nieve (1937)— Kawabata ya se había posicionado como uno de los autores más prometedores de todo el archipiélago nipón. Luego llegaron otras como El maestro de Go (1954), La casa de las bellas durmientes (1961) y Lo bello y lo triste (1965), con las que continuó reflexionando y trabajando sobre aquello que más le interesaba: retratar y evocar la belleza del mundo.
Mucha de esa belleza, Kawabata la buscó en la representación de sus personajes femeninos, en las artes, en la ceremonia del té, en la propia naturaleza que incorporaba en sus obras. El autor trabajó con ese tipo de imágenes con la intención de conmover, de abstraer al lector, como sucede en muchas de sus novelas, para acercarle cierta sensación de lo efímero y a la vez de lo eterno que solo la belleza parece lograr. Es que para distintas culturas, sobre todo la asiática, lo eterno es lo cíclico, lo que se repite, lo que termina y vuelve a comenzar. Y no son pocos quienes allí encuentran cierta paz y esperanza, para alejar la ansiedad y desesperación que puede provocar lo puramente efímero.