Tokio celebró el aniversario de la llegada de Juan Canaro, la primera visita a Japón de una orquesta argentina de tango. El recuerdo la actuación de 1954, ante la devoción alucinante de los japoneses y Ryōta Komatsu al bandoneón.
Quizá seamos parecidos en la nostalgia o, más bien, diametralmente opuestos en lo expresivo. Cuesta aclarar qué es lo que une a japoneses y argentinos en el tango, pero cada orquesta que visita Japón es objeto de admiración desde que llegó la de Juan Canaro hace setenta años.
El espectáculo organizado por la Embajada Argentina y la Asociación de Conciertos Min-On intentó no quedarse en la anécdota. Este 25 de noviembre, “Argentina y Japón, unidos por el tango” propuso revisitar el programa de 1954 y dimensionar este terreno de intercambio, inagotable para el arte argentino desde entonces.
Japón ya tenía cierta actividad tanguera desde los años veinte, entre conjuntos locales, bailarines y cultores. El tango había llegado vía Francia y causaba la fascinación de lo misterioso, alimentada por grabaciones y partituras aún más después de la guerra.
En 1953, el director de la Típica Tokio y su esposa Ranko Fujisawa habían tenido una primera aventura en Buenos Aires y ya se ponían en marcha nuevos planes, porque el público japonés pedía más. Quería, por fin, sentir el tango en vivo ante una orquesta argentina. Y llegó la de Juan Canaro.
Su “embajada”, como la presentó a teatro lleno y con miembros de la familia imperial en la platea, incluía a Osvaldo Tarantino (piano), Hugo Baralis (violín) y María de la Fuente, la voz femenina que perdura en el recuerdo de los japoneses. El auditorio deliraba.
“Es la diferencia entre una sardina seca y un bife de carne”, sentenciaron, ilustrando la brecha entre el tango japonés de la época y la ejecución voluptuosa de los argentinos.
Uno de los espectadores de entonces estuvo presente en este aniversario. Minao Kuroki escuchó a Juan Canaro en Tokio a los 18 años, sigue ligado a asociaciones tangueras locales y da testimonio de la trascendencia de esa gira. Representa el furor tanguero de esa ciudad marcada por las heridas de la guerra, que apenas salía de la ocupación, entre nuevos cabarets y salones de baile, mucho jazz y mucho tango.
De Tokio a tantas otras ciudades, los conciertos de esta primera orquesta provocaron la eclosión del tango en Japón, que accedió definitivamente al gran público, junto a las grabaciones de 1954: “Loca”, “Ahí va el dulce”, “El entrerriano” y otros que esta noche volvieron a sonar.
Conmemorativo, “Canaro en Japón” sellaba el vínculo entre ambos, con giros que ya se apartan del lenguaje de la década anterior, señal de que el género seguía creciendo.
“Los aficionados al tango, incluidos los intérpretes, quedaron maravillados. La orquesta de Juan Canaro cambió radicalmente su forma de escuchar y de tocar, y contribuyó mucho a elevar el nivel del tango en Japón”, explica Hisao Iizuka, presidente de la Federación Japonesa de Tango Argentino y la Academia del Tango de Japón, que auspiciaron el evento junto con nuestra Academia Nacional del Tango.
Con el furor que encendió Canaro, aparecieron miles de fanáticos que la fiebre discográfica mantenía al tanto de todas las novedades de Buenos Aires. También, los tango-kissa, cafés de tango populares entre esa década y la siguiente. Fue el semillero de relaciones que siguen activas, en el circuito de milongas de Tokio y en la afición por la música latina que se ve incluso entre algunos estudiantes.
Esta fuerza rara hace que más de un japonés aprenda nuestra música y la baile y toque y cante, que estudie castellano y conozca artistas argentinos, productos, ciudades, y luego viaje en busca del calor y la mística de una milonga de barrio, abrazos de tango, instantes de libertad.
Setenta años hace, además, que se abrió la larga lista de visitas regulares de artistas argentinos. Juan Canaro volvería a arrasar en Tokio en 1958 y, después, su hermano Francisco y Pugliese, Piazzolla, Mores, Salgán y tantos otros.
Japón fue enviando lo suyo también, y aún laten fuerte sus bailarines, que no dejan de presentarse cada año en el Mundial. Así seguimos viéndolos ir y venir entre Buenos Aires y Tokio, parejas mixtas, músicos en frases entreveradas que nunca acabamos de traducir.
Ryōta Komatsu (51), el más destacado de los bandoneonistas japoneses, resume la fuerza de este vínculo. Komatsu reprodujo y hasta reconstruyó para este evento los arreglos originales de 1954, con los músicos de su orquesta típica, tangueros japoneses que lo acompañan por el mundo desde hace décadas.
Así siguen haciendo música argentina y japonesa a la vez, en diálogo con el público local y con otros géneros, entre declaraciones de amor al bandoneón y al tango a veces más asiáticas que latinas, pero tangueras al fin.
Nota por Alan Gazzano, traductor argentino residente en Japón desde 2017.
Fotos por Sebastián Pugliese. Corresponsal y fotógrafo argentino.