Continuamos con este artículo, en el que exploramos cómo la religión se presenta de manera constante en el Heike Monogatari, la épica japonesa del siglo XIII que relata los eventos ocurridos a finales de la Era Heian (794-1185). Esta obra narra la lucha por el poder entre los clanes Taira (Heike) y Minamoto (Genji), así como la Corte Imperial, en un contexto de profundas transformaciones sociales y políticas que marcaron el rumbo de lo que hoy conocemos como Japón. A través de citas, analizamos cómo la religión influye y se entrelaza con los destinos de los protagonistas en esta historia.
El Mappō y la concepción del fin del mundo
“Pero hay que admitir que, en nuestros tiempos, Kiyomori ha logrado todo lo que codiciaba y ahora se comporta a su antojo. Sin duda que esto ocurre porque el mundo ha llegado a su etapa final de corrupción y porque ya no se respeta ni la Ley de Buda ni la del Imperio” (López de la Llave 2005, pp. 129).
Esta cita, ubicada en el capítulo XI del Libro primero hace patente la concepción de un fin de los tiempos que estaba cada vez más cerca y había una razón particular para creer que la vida estaba condenada a la fatalidad y que las esperanzas de salvación eran inciertas. En el budismo Mahayana, el dominante en el Asia oriental, se enseña que a la muerte de Shakyamuni, el Buda histórico (o mejor conocido como Siddhārtha Gautama, el príncipe nacido en el actual Nepal que difundió el Budismo por el continente asiático), la doctrina budista pasa por tres fases: una era de florecimiento (shobō o Ley Verdadera), una era de madurez (zobō o Ley Imitativa) y una era de decaimiento y confusión (mappō o Ley del Último Día).
“Todos aquellos nobles, sin embargo, pertenecieron a los grandes del Imperio, y no se dio ningún caso igual en otras familias. Mas he aquí que los descendientes de un hombre detestado por la nobleza ahora son autorizados a entrar y salir del Palacio Imperial con vestimenta informal, a ataviarse con colores prohibidos y brocados ostentosos, a ocupar cargos de primeros ministros, de capitanes generales, a que hermanos puedan detentar capitanías de Izquierda y Derecha… ¡Ay! Verdaderamente estos días nos anuncian el comienzo del fin del mundo…” (López de la Llave 2005, pp. 104).
En Japón se creía que a partir del año 1052 se había entrado en esta etapa lo que concordaría perfectamente con las luchas, batallas, guerras y muertes que azotaban al país insular. La idea de la Ley del Último Día o mappō, expresada repetidamente en el Heike como «época de corrupción», «degeneración de estos tiempos», «caos en que vivimos», etc., servía, en clave religiosa, para explicar a los ojos alarmados del creyente lo que humanamente parecía inexplicable. Dos fragmentos más que refuerza esto:
“La gente, a la vista de estas burlas, murmuraba: «Antiguamente sucedían hechos semejantes y no tenían consecuencias. Pero en esta época decadente en que la gente se aparta del buen camino que nos enseña la Ley de Buda ¿qué puede ocurrir?»” (López de la Llave 2005, pp. 96).
“Que no se haya realizado la reconstrucción del Salón del Trono después del último incendio se debe, sin duda, a que vivimos en los últimos años de un mundo en caos y que el poder del país es débil” (López de la Llave 2005, pp. 155).
El Shintoísmo nunca desaparece
Cuando se habla de Japón no se puede pasar por alto la “religión” nativa que ha acompañado a sus habitantes desde tiempos remotos. El Heike, así como muchas otras obras literarias, no está exento de manifestaciones sobre esta creencia en infinitas deidades. Relatos —e incluso capítulos enteros— acerca de algunas de ellas abundan en el Cantar. Por ejemplo, algunos capítulos hacen referencia a los Tres Sagrados Tesoros de Japón en donde es posible encontrar cierta intertextualidad con las obras fundantes de la mitología japonesa: el Kojiki y el Nihonshoki. El capítulo XII rememora la historia de la espada sagrada Kusanagi mientras que el capítulo XIV el espejo sagrado de Amaterasu.
“La flor del cerezo solo dura siete días y Shigenori, apesadumbrado por su brevedad, imploró a la Diosa del Sol que prolongara la floración. En recompensa por la sabiduría de este hombre, conocida hasta por las flores -que también tienen corazón-, la divinidad mostró su beneficencia y la floración se prolongó veintiún días” (López de la Llave 2005, pp. 105).
Este segmento forma parte del capítulo V del Libro primero donde podemos notar, por un lado, nuevamente la idea de fugacidad de las cosas cuando se cuenta que las Sakura duran siete días. Pero por otro, está la mención a la Diosa del Sol, es decir, Amaterasu, la divinidad por excelencia del Shintoísmo que intercede en el pedido de Shigenori.
El concepto de purificación propio de este culto japonés se puede visualizar en el recordatorio de que cada año que se reconstruía un palacio o se alzaba uno nuevo se llevaba a cabo este ritual. Sin embargo, incluso hasta en los últimos momentos de la vida de un personaje, podemos encontrar referencias a esto:
“Cuando Tomomori, el consejero medio de los Heike, comprendió la situación, se subió a un bote y remó hasta la nave imperial. -El fin de los Heike está aquí -dijo-. Arrojad al mar todo lo que sea ofensivo para la vista. Y el mismo corrió de popa a proa barriendo, limpiando y quitando el polvo con sus propias manos para recibir dignamente el fin” (López de la Llave 2005, pp. 738).
“Nī-dono, la viuda de Kiyomori, al ver cómo se desarrollaba el combate, demostró estar preparada para la ocasión. Se puso por la cabeza dos kimonos de luctuoso color gris, se remangó la amplia falda de seda, aseguró la sagrada esfera de jade bajo el brazo y ciñó a la cintura la espada sagrada” (López de la Llave 2005, pp. 738).
Incluso en un mismo párrafo el sincretismo entre el Budismo y el Shintoísmo acontece con naturalidad. Una de las frases que más resuena y da cuenta de esto es la de Nī-dono cuando le habla al Emperador Antoku antes de tirarse al mar:
“-¡Ah, Su Majestad todavía no lo sabe! Por el esfuerzo que realizó en su vida pasada, ha cumplido los Diez Preceptos del budismo y por eso ha nacido Emperador. Pero, arrastrada por un karma fatal, la buena fortuna ha llegado a su fin. Majestad, despedíos del santuario de Ise mirando al levante; luego, rezad con la vista dirigida al poniente para ser recibido por Buda en el paraíso. ¡Ay, Majestad, estamos en un mundo de sufrimiento! ¡Os quiero llevar a un bonito lugar llamado el Paraíso de la Tierra Pura!” (López de la Llave 2005, pp. 738-39). El Santuario de Ise es uno de los lugares más sagrados de Japón, dedicado a la diosa del sol, Amaterasu Ōmikami, quien es considerada la antepasada mitológica de la familia imperial japonesa.
Otras filosofías enunciadas sutilmente
Para finalizar hemos seleccionado algunos pasajes que muestran cómo, más allá del Budismo y el Shintoísmo tan arraigados en la época, otras filosofías como el Confucianismo o el Taoísmo también se ponían al descubierto en la vida cotidiana.
“La ley determina: «Un primer ministro ha de ser maestro de emperadores y ejemplo del mundo. Ha de gobernar un país, inculcar principios de buena conducta e infundir la armonía suprema del ying y el yang en la naturaleza del mundo. Si no hay quien cumpla tales requisitos, el puesto ha de permanecer vacante»” (López de la Llave 2005, pp. 100).
Aquí se ve claramente cómo la concepción del buen gobierno confuciano unido con el par de energías polares cuya interacción produce la totalidad del universo del Taoísmo influyen en la visión del mundo japonés.
En el capítulo IV del Libro primero se describe la “salvación” que Kiyomori tuvo tras enfermar gravemente al tomar los órdenes sagradas del Budismo recibiendo el nombre de Jōkai o “Mar Purificado”. La siguiente frase tiene estrecha relación con el Confucianismo:
“Como la hierba que se dobla ante el viento, así la gente le obedecía. Como la tierra tiene los ojos vueltos hacia la lluvia que la impregna, así el mundo tenía la mirada vuelta hacia él” (López de la Llave 2005, pp. 100).
Esta constituye una correlación directa con lo alguna vez dijo Confucio: “Señor, ¿por qué matar para dirigir su gobierno? […] La virtud de la gente noble es como el viento, mientras que la virtud de la gente pequeña es como el pasto. Cuando el viento sopla sobre el pasto, el pasto debe inclinarse”.
También se puede apreciar una de las tantas virtudes específicas importantes —aparte de la adecuada observancia del ritual (li) y el “humanitarismo” o la“humanidad” (ren)— que se esperaba que un caballero confuciano cultivara: la piedad filial (xiao).
“Si nos destierra de la capital, vosotras dos sois lo bastante jóvenes para aguantar incluso en los lugares más inhóspitos; pero yo hija mía, que ya soy mayor ¿dónde voy a ir con este cuerpo tan débil? […] Déjame vivir los últimos años de mi vida aquí, en la cuidad. Es tu deber filial y el que te corresponde hacer estés en este mundo, como ahora, o en el otro” (López de la Llave 2005, pp. 111-12).
Conclusión
Con todo este recorrido y con la ausencia de muchos otros más ejemplos está demostrado que la religión y las diferentes filosofías que ingresaron a Japón a lo largo de los siglos fueron, en términos de Baitello Junior, “víctimas” de una antropofagia cultural, aggiornándose a las costumbres y tradiciones japonesas.
El Heike Monogatari, espléndido en su época y todavía hoy en día, es una gran fuente para todo aquel que quiera conocer, aprender y estudiar los diferentes matices de la sociedad japonesa del pasado, el presente y el futuro.
Referencias bibliográficas
- Rubio, Carlos. Heike Monogatari. Madrid: Gredos, 2009.
- Junqueras I Vies, Oriol y otros. Historia de Japón. Economía, política y sociedad.
- Barcelona, Editorial UOC, 2012.
- Holcombe, Charles. Una historia de Asia oriental, FCE, México, 2016.