#MiAlternativaEnNombres
Podrían haberse llamado Xuxa o Macallister. Yuki -“nieve”-, o Kenzo, como el diseñador de modas. Pero ni siquiera la lista onomástica ya autorizada en el registro de la Argentina bastó para sus padres.
Complejo debe ser elegir el nombre de un hijo (que posiblemente en algún momento de su existencia te juzgará por haber seleccionado ése y no otro) para además, tener que ceñirse a una limitada nómina de diez mil opciones. Si para colmo los progenitores deben: ideárselas para que el vocativo no suene raro en combinación con el apellido; evitar nombres de gente conocida que les trae malos recuerdos; consultar oráculos y árboles genealógicos; negociar con su pareja y/o toda una familia expectante, entre otros menesteres, es entendible que -hace cuestión de un año en la ciudad de Buenos Aires-, las autoridades hayan decidido dar luz verde a la suficientemente diezmada inspiración de los padres.
Actualmente, tienen vía libre una madre sugestionada por la heroína de una novela turca, o un padre que desea un retoño homónimo del crack de la pelota, Messi. Pensar que cuando nací, debieron bautizarme con un nombre bien bíblico por no poder inscribirme con el japonés que quienes me estiman saben usar para ganar mi afecto. El destino hubiese sido otro. Hoy me llamarían por teléfono y al escuchar “Buenos días. ¿Hablo con Miriam?”, no podría detectar tan fácilmente que me quieren vender una “promoción limitada de Internet + televisión HD”.
Tengo dos primos nacidos y viviendo en Japón, que se llaman Robin y Cecilia. Allá son “ro-bi-m” con “r” suave, y “ce-shi-ri-a”. Ha de ser tan perturbador como cuando me dicen “Noemí” en vez de “Naomi”… Mi conclusión es que no hay rótulo que pueda abarcar la integridad de nuestra existencia y dejar a todos satisfechos: padres, hijos y espíritus santos.