Nuestra colaboradora Mónica Kogiso nos cuenta en una serie de entregas su increíble experiencia en el Peace Boat. En enero de este año estuvo 14 días a bordo y como expositora invitada habló sobre los «Nikkeis en Latinoamérica».
Hace más de una década, durante mi beca de estudios a Japón, vi un póster que decía “Peace Boat: Viaje alrededor del mundo” en la pizarra de anuncio de la universidad. No había mucha más información que la foto de un crucero. Mi interés aumentó cuando leí “se buscan voluntarios de habla inglesa”.
“Voluntariado y viaje” ¡era la combinación perfecta para una egresada de turismo con deseos de trabajar por una sociedad mejor! Pero debía regresar a mi país tal cual figuraba en mi contrato de beca por lo que desistí averiguar un poco más. Y así mi ilusión de viajar por el mundo se esfumó en un abrir y cerrar de ojos.
Al pasar los años cada tanto oía sobre “Peace Boat” o “Barco de la Paz”, una organización no gubernamental con sede en Japón con estatus consultivo ante el Consejo Económico y Social de la Naciones Unidas, que promueve la paz, defiende los derechos humanos, trabaja para la equidad, sostenibilidad y por el respeto al medioambiente a través de viajes globales utilizando un barco de pasajeros como medio de transporte.
Desde entonces se organizaron más de 85 viajes globales y regionales, llevando más de 50 mil personas a bordo a más de 180 puertos alrededor del mundo. En cada uno de estos viajes, el Barco de la Paz que lleva unos 900 pasajeros, recorre el hemisferio norte o sur visitando unos 20 países durante aproximadamente 3 meses. La primera vez que llegó al puerto de Buenos Aires fue en su primer viaje global por el hemisferio sur en 1999.
Este barco no lleva “pasajeros” a bordo como lo hacen los cruceros tradicionales sino que lleva “participantes”. Ellos tienen la posibilidad de organizar junto al staff del barco -todos voluntarios- sus propias actividades a bordo: eventos, conferencias y talleres. La agenda diaria se nutre con clases de yoga o taiko (tambores japoneses) hasta competencias deportivas y proyecciones de películas. Es así que en su folleto dice: “De esta manera en cada viaje crean un espacio de encuentro donde poder profundizar lazos, apoyarse unos a otros y descubrir un interés en común más allá de las fronteras.” Cualquier persona sin importar edad, país, religión o género puede viajar en el crucero, pero actualmente son japoneses, mayores de 50 años y en menor proporción, universitarios o jóvenes que se tomaron un tiempo para conocer el mundo. Peace Boat facilita a sus participantes costear parte de su pasaje a cambio de trabajo voluntario en la organización previo al viaje.
En cada puerto, además de la típica visita turística de la ciudad, tienen contacto con organizaciones locales y participan en programas educativos para aprender sobre temas sociales o ambientales, también realizan intercambios culturales y campañas conjuntas.
Además de los participantes y los voluntarios, diferentes periodistas, artistas, académicos, profesionales y activistas de Japón y del mundo suben en calidad de conferencistas. Ellos ofrecen charlas y talleres en forma voluntaria sobre política, historia y temas relacionados a los países a visitar. El crucero se convierte así en un barco de aprendizaje continuo: conocer más de cerca otros países y culturas, encontrarse con otras personas con otras realidades e involucrarse en trabajo comunitario.
Mucho tiempo pasó desde aquel primer afiche hasta viajar a bordo del “Barco de la Paz” y al parecer aún estaba en mí, ese deseo de unir el espíritu de viajar con el de promover un mundo mejor a través del voluntariado.