Cuauhtli (Daikichi) nació y creció en Monterrey. Es tercera generación de inmigrantes okinawenses en México y hoy nos cuenta cómo fue viajar a Okinawa a través de una beca de JICA (Agencia de Cooperación Internacional de Japón). Además nos ofrece una mirada reflexiva sobre la historia y la realidad actual de la prefectura, aportando contexto y la sensibilidad propia de quien siente un profundo amor por la tierra de sus ancestros.
Durante sus días en Okinawa, Daikichi no solo pudo reencontrarse con su tía, sino que además, tal como él dice, compartió el viaje con nuevos “hermanos y hermanas de otras latitudes del continente”.
Antes de contarnos su experiencia, hace una breve introducción sobre la llegada de los japoneses a México:
Entre 1910 y 1930, México recibió una oleada significativa de ciudadanos japoneses, en un contexto marcado por la búsqueda de nuevas oportunidades económicas, el agotamiento de los recursos agrícolas en algunas regiones japonesas y la promoción activa de la emigración por parte de empresas privadas y agencias gubernamentales en Japón.
Algunos migrantes japoneses llegaron a México por decisión propia, atraídos por la percepción de un país con abundantes recursos naturales, tierras fértiles y posibilidades de desarrollo. Sin embargo, otro grupo considerable fue persuadido por empresas de migración que publicitaban a México como un destino prometedor, donde se podían obtener riquezas con relativa facilidad. En muchos casos, estas promesas resultaron engañosas: los contratos laborales eran abusivos, las condiciones de vida precarias y las expectativas económicas no se cumplían. Frente a este escenario, numerosos migrantes desertaron de sus empleos iniciales y optaron por emprender el viaje hacia los Estados Unidos, país que representaba para ellos un ideal de progreso, debido a que el jornal era mejor pagado y las condiciones laborales ofrecidas eran menos rigurosas.
No obstante, la travesía hacia el norte rara vez fue exitosa los migrantes japoneses fueron detenidos en la frontera por las autoridades estadounidenses y posteriormente deportados a México, donde terminaron por asentarse de forma permanente.
Luego el desarrollo de la comunidad japonesa en México se vio abruptamente interrumpido durante la Segunda Guerra Mundial. Tras el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941 y la posterior entrada de Estados Unidos al conflicto bélico, los ciudadanos japoneses en América Latina fueron catalogados como potenciales enemigos del Estado. Bajo presión del gobierno estadounidense, que temía actos de espionaje y sabotaje, se inició una campaña para identificar, concentrar e incluso deportar a ciudadanos de origen japonés en calidad de prisionero de guerra.
La beca se acerca a Daikichi
Cuando supe de la convocatoria para participar en el curso sobre Soft Power en Okinawa, aún me encontraba en proceso de recuperación tras el accidente que sufrí en 2022, en el cual me fracturé la pierna. Aunque para ese entonces ya no necesitaba asistencia para caminar y mi estado de salud mostraba una mejoría evidente, la idea de viajar aún me parecía lejana. En ese momento, ni siquiera contemplaba con seriedad la posibilidad de subirme a un avión y cruzar el océano. Sin embargo, conforme fui leyendo la descripción del programa, algo dentro de mí se encendió.
El contenido del curso me resultó profundamente atractivo, no solo por estar vinculado con el tema del soft power, un concepto que había abordado previamente en mis investigaciones como antropólogo, sino también porque representaba una oportunidad única de regresar a Okinawa, esa tierra tan lejana y, al mismo tiempo, tan cercana a mi corazón. No podía dejar pasar una ocasión como esa. Así que, sin pensarlo mucho, reuní los documentos, redacté mi carta de intención y envié la solicitud correspondiente.
En Okinawa
El curso se titula “Uso Efectivo del Poder Blando y la Revitalización Regional Mediante el Reconocimiento de las Raíces de Okinawa”, es organizado por la ONG Lequio Wings, y consistió en un programa intensivo diseñado para formar a un grupo de personas de diversas nacionalidades en torno a la cultura y las realidades de Okinawa. Una de sus particularidades más valiosas era que los participantes no necesitaban ser necesariamente descendientes de okinawenses; bastaba con tener un interés genuino y un vínculo emocional o académico con la cultura de esta prefectura. En la edición de 2023, tuve el privilegio de compartir esta experiencia con compañeras y compañeros provenientes de Argentina, Bolivia, Brasil y Cuba. A lo largo de las semanas, los lazos que construimos trascendieron lo académico: más que colegas de curso, hoy los considero mis amigos, e incluso me atrevería a decir que son mis hermanos y hermanas en otras latitudes del continente.
Este curso no fue solo una experiencia educativa, sino también una vivencia profundamente transformadora. Lequio Wings lo ha diseñado como un esfuerzo consciente por acercar Okinawa al mundo, especialmente a quienes, como yo, tenemos raíces, recuerdos o sueños ligados a esta isla. La organización trabaja para que tanto descendientes como no descendientes —los llamados Uchinanchu y sus aliados— puedan conocer, entender y valorar la riqueza cultural, histórica y humana de Okinawa.
Una de las cosas que más me llamó la atención, y que considero necesario destacar, es cómo en mi país —y sospecho que en muchos otros— se ha tenido durante largo tiempo una visión reduccionista y homogeneizadora de las culturas extranjeras. Por muchos años, se asumió que todas las personas provenientes de un mismo país compartían las mismas costumbres, formas de pensar y modos de vida. Así, decir que alguien era japonés implicaba, automáticamente, atribuirle un conjunto cerrado de características, sin considerar las enormes diferencias internas de esa nación.
No fue sino hasta las últimas décadas, y especialmente en la era de la información, que las personas comenzaron a interesarse por conocer las particularidades culturales de cada región. Las redes sociales, el internet, el acceso a contenidos diversos y el creciente interés por la diversidad cultural han abierto la puerta para que se reconozcan las identidades múltiples dentro de un mismo país. Este fenómeno se ve reflejado claramente en el caso de Okinawa, que, pese a formar parte de Japón, posee una identidad singular, forjada a lo largo de siglos de historia, lucha y resistencia.
Cultura viva
Okinawa es la región insular más alejada del centro del archipiélago japonés. Fue, durante siglos, un reino independiente: el Reino de Ryukyu. Su historia como tal terminó en el siglo XIX, cuando fue anexado al territorio japonés. Sin embargo, la cultura, el idioma, las prácticas religiosas y la cosmovisión de su gente conservan rasgos distintivos que no se diluyeron con la anexión. La cercanía geográfica y los intercambios históricos con países como China y Tailandia también han influido profundamente en su cultura. Todo esto ha hecho de Okinawa un lugar diferente al Japón «hegemónico» que muchas veces se enseña en los libros de texto o se presenta en los medios de comunicación.
Durante mi estancia en Okinawa aprendí no solo de su cultura viva, sino también de su historia, rica y muchas veces dolorosa. Conocí de primera mano las diversas luchas sociales que han marcado a la prefectura, especialmente su ocupación por parte de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Las secuelas de esa ocupación aún se sienten hoy: en lo social, en lo político, y en lo simbólico. Okinawa carga con una historia de injusticias, pero también de resistencia y dignidad.
Hay cosas que no están escritas en los libros
Uno de los aspectos más conmovedores para mí fue descubrir la magnitud de la diáspora okinawense. A lo largo del siglo XX, Okinawa fue la prefectura que más migrantes envió al extranjero, especialmente a América Latina. Hoy en día, existen comunidades okinawenses fuertes, unidas y activas en países como Brasil, Perú, Bolivia, Argentina, y, por supuesto, México. Esta red global de Uchinanchu es un testimonio vivo del espíritu resiliente y comunitario de su gente.
A pesar de todo lo que aprendí, me quedó la sensación de que aún hay mucho más por descubrir. Siento que apenas he arañado la superficie de una historia vasta y compleja. Como antropólogo y como descendiente, tengo el compromiso de seguir aprendiendo. Me interesa profundizar no solo en la historia de la prefectura y la etnia a la que pertenezco, sino también en la vida actual de las comunidades okinawenses en América Latina. ¿Cómo viven hoy? ¿Cómo mantienen su identidad? ¿Qué retos enfrentan? ¿Qué pueden enseñarnos sus experiencias sobre temas como migración, pertenencia, familia y memoria?
Estoy convencido de que el conocimiento tiene sentido cuando se comparte y se transforma en acción. Como científico social, creo que uno de los mayores deseos que podemos tener es aportar con nuestro trabajo a construir caminos más iluminados para las personas. Por eso, me visualizo en el futuro contribuyendo de manera concreta al fortalecimiento de la comunidad Uchinanchu en mi país y, si es posible, en otros rincones del mundo. Siento que tengo una tarea pendiente, una especie de deuda afectiva y académica que debo honrar.
Los reencuentros
Uno de los momentos más significativos de este viaje fue el reencuentro con mi tía Setsuko Gima. Desde que conocí a mi tío Yoshikazu en 2019, me hice la promesa de volver lo antes posible. Desafortunadamente, la pandemia del COVID-19 truncó esos planes y, para cuando finalmente logré regresar, mi tío ya había fallecido tras una larga lucha contra el cáncer. Fue una pérdida dolorosa, y me costaba imaginar cómo sería volver a Okinawa sin él.
Temeroso pero con esperanza, le pedí a nuestra guía e intérprete, Inoha-san, que me ayudara a contactar a mi tía. Intentamos varias veces sin éxito, y estábamos a punto de rendirnos cuando, de manera casi milagrosa, logramos contactarla… justo el día del cumpleaños de mi tío. Algunos lo llaman coincidencia, otros destino. Yo prefiero pensar que fue una señal, una forma de decirme que él seguía presente. Días después, asistí a un homenaje en su memoria, junto con otros maestros del sanshin que también habían partido. Fue un momento conmovedor y profundamente espiritual. En Okinawa, la familia es una red de afectos, de lealtades y de memorias compartidas. No importa si vienes de la otra mitad del planeta; en su mesa siempre habrá un lugar para ti, y en su corazón, también.
Volver
Al regresar a México, lo hice con una mezcla de emociones. Me sentía feliz de volver a casa, sí, pero también consciente de que había dejado una parte de mi alma en Okinawa. Una parte que pertenece a ese lugar, a sus calles, a su comida, a su gente. Volví con una misión clara: dar vida a muchos proyectos que quedaron gestándose en mi mente durante el curso. Proyectos que, espero, sirvan para que más personas conozcan y valoren la cultura de Okinawa, no solo como una curiosidad exótica, sino como una historia viva que sigue latiendo en cada descendiente, en cada canción, en cada recuerdo.
Hoy, más que nunca, sé que algún día regresaré. Volveré a caminar por Kokusai Dōri, a comer goya chanpuru y sata andagi, a escuchar «Sanshin no Hana» bajo el cielo cálido de la isla. Volveré porque tengo hermanos y hermanas en otros países de América Latina a quienes extraño todos los días. Volveré porque Okinawa también es mi hogar.
Cuauhtli Mora
“Daikichi”
Nota: Melina Gioia Oshiro (@oshiro_gio en Instagram)
Fotos Gentileza: Cuauhtli Mora «Daikichi»
Melina Gioia Oshiro nació en la Ciudad de Buenos Aires. Es nieta de una pareja formada por un inmigrante okinawense y una hija de inmigrantes italianos. Es Arquitecta egresada de la UBA y cuenta con estudios de Maestría en Gestión y Planificación del Transporte. Se desempeñó por más de doce años en el ámbito de la arquitectura y la planificación de la movilidad tanto a nivel nacional como internacional. Además es Técnica en Cultura y Lengua Japonesa egresada del Instituto de Superior de Estudios Japoneses – Terciario Nichia Gakuin. Obtuvo el premio “Joven Destacado Nikkei 2022” en el área “Profesionales” de la “XXXVII Edición de los Premios Joven Destacado Nikkei 2022” otorgado por el Centro Nikkei Argentino. En el año 2023 viajó a Okinawa en el marco de una beca de capacitación para la sociedad nikkei otorgada por JICA.