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#MiPropiaAventura

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Viajar solo es sumergirse en un libro de “elige tu propia aventura”. Descubrir tierras y culturas diversas, y más fantástico aún: conocerse a uno mismo en el camino.

La primera vez que viajé “sola” fue a Japón, técnicamente iba acompañada por mi hermano, pero teníamos 12 y 14 años, y ninguna experiencia en trasladarnos sin supervisión adulta. Varios días antes de partir, anoté en un cuadernito anillado los datos útiles para sobrevivir: palabras básicas en japonés; nombres de mis familiares en Yokohama y Saitama; direcciones y teléfonos (no existían las redes sociales ni el celular en mi vida); y el paso a paso de los trámites en cada aeropuerto hasta llegar a Narita. Tenía temor de terminar abandonados en la cinta transportadora de equipaje -imaginaba que podía pasar-, pero la realidad resultó ser más amable y personal de JAL nos acompañó hasta llegar a destino. Todavía guardo el gafete de “family service” que nos pusieron para señalar que éramos los borregos húerfanos a arrear en cada vuelo.

Varios veranos después, me encontré con la disyuntiva de irme sola de vacaciones o derretirme en el asfalto de Buenos Aires. Ante la imposibilidad de coordinar fechas con amigos y en contra de las advertencias de una psicóloga reticente y convencida de que me iba a aburrir (hoy sería absolutamente despedida), decidí emprender mi primer viaje independiente al sur, que arreglé en los cinco almuerzos en el escritorio que me quedaban antes de empezar el receso. Después de esa experiencia mi perspectiva del mundo –de mi mundo- cambió, y no aguanté seguir consolidando planillas en una oficina lejos de las ventanas. A los pocos meses renuncié.

Viajar-solo

La empresa de viajar por cuenta propia comienza con la planificación. Se ahorra mucho tiempo cuando no hay que negociar destino ni itinerario con un acompañante, pero a costa de quedar excluidos de las promociones en “base doble”. Como si anduviésemos por la vida como jamón y queso, Batman y Robin…en fin, un viaje es siempre inversión y para pagar la tarjeta nos restan varios meses hasta el próximo destino.

Uno de los momentos más complicados se presenta en la terminal del micro o del aeropuerto, aún con las valijas a cuestas, y peor si es al regreso y andamos cargando los frágiles souvenirs adquiridos en el ardor de darle al living un toque autóctono del destino vacacional. Jamás se nos ocurriría pedir la custodia de nuestro equipaje a un desconocido si tenemos la urgencia de ir al baño, regla de oro en cuestiones de seguridad. Primero despachás lo que podés, y después te metés en el cuartito haciendo contorsionismo para que entren vos, la mochila y la carry on, cuyas rueditas nunca van para el lado que tienen que ir.

Para quienes creen que viajar solo es aburrido, tienen razón, pero sólo en la medida en que el viajero quiera. Bajo esta modalidad compartí habitación de hostel con una geóloga franco-finesa que iba a inventariar las rocas de la fundación Smithsoniana de Washington para después hacer una expedición en Alaska; manejé por primera vez en la ruta un auto rentado para después escalar un cerro que jamás hubiera subido sin la arenga de un profesor de educación física brasileño (no era como se lo están imaginando); el vigilante de un museo de Ciencias Naturales me dedicó una canción de Michael Jackson –aclarando que lo suyo era la danza y jactándose de haber compartido escenario con Madonna-; me invitaron desde una torta de cumpleaños en la barra de un restaurante mexicano a city tours “personalizados”; me salvé de tirarme en parapente de una cima no autorizada conversando con la serena de un hotel; hice sobremesa con interesantes locales y turistas en más de una ocasión y, en un largo vuelo, compartí charla y apoyabrazos con el doble de Benjamín Vicuña (lamento no haberle pedido el Facebook).

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El único momento incómodo es estirar el brazo para sacarse una selfie mientras otros alrededor te están observando, pero es mil veces preferible a andar con un ridículo palo-disparador o que un voluntarioso inexperto te saque la foto con demasiado cielo y las piernas cortadas. Mi mención especial a los turistas japoneses que recorren solos la Argentina, con una cámara profesional colgando de sus cuellos y sin saber una gota de español. ¡Eso sí es aventura!

 

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Fuente: http://matadornetwork.com/es/las-50-frases-sobre-viajes-mas-inspiradoras-de-todos-los-tiempos/
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Acerca de Naomi Kina

Soy descendiente de uchinanchus (de Okinawa). Relacionista pública, asesora de imagen y organizadora de eventos. Me fascina el arte moderno, prefiero la montaña al mar, y mi pasatiempo favorito es leer el diccionario. Como a muchos, me gusta viajar por el mundo y las charlas con amigos y un buen vino. Mi leitmotiv es “sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Lado B: me encanta la pastelería pero sufro el calor del horno. En otra vida sería ingeniera en sistemas, en ésta agradezco tener amigos ingenieros. Las palomas me dan impresión. Mucha. Lic. en Relaciones Públicas e Institucionales (UADE) Asesoramiento de imagen (Espacio Buenos Aires) Gestión integral de eventos (UADE) Pastelería profesional (Instituto Gastronómico IGA) Coaching ontológico (Instituto de Estudios Integrales - en curso) Arquitectura (UBA – la carrera me abandonó en 3° año)

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